El teatro romano estaba escrito en latín. Al contrario que el griego, apenas fue utilizado para elevar la educación del
pueblo o como elemento moralizante, sino que la mayoría de las obras se plantearon solo como pura diversión, de
modo que tanto los dramaturgos (:escritores de obras de teatro) como las compañías de actores (algunas de las
cuales, ya profesionales, recorrían amplias regiones en giras como las actuales) se esforzaban en conseguir el favor
del público con elementos escenográficos y efectistas, como el recurso al deus ex machina.
El vestuario era parecido al griego, y se usaban también máscaras, pero era frecuente el uso de decorados muy
realistas, e incluso se aprovechaban los entreactos de las obras para incluir malabaristas, payasos, músicos, etc., y el
género preferido era la comedia, aunque también se escribieron tragedias. Al principio, las obras eran muy
parecidas a las griegas, pero pronto tomarían personalidad propia. En los teatros primaba la acústica y la
comodidad más que el entorno, que apenas se tenía en cuenta (lo que sí hacían los griegos). Con frecuencia se
disponían toldos para el sol o la lluvia, y los espacios de la cávea o graderío estaban bien delimitados según los
grupos sociales.
Curiosamente, la ley impedía la construcción de teatros permanentes, por lo que los primeros estaban construidos en adobe y madera y se desmantelaban al acabar las representaciones. Era muy importante la escenografía: es el conjunto de elementos utilizados para ambientar un espectáculo teatral, como el vestuario, decorados, iluminación, maquillaje, etc. Uno de los primeros autores reconocidos fue Plauto que escribió sobre todo comedias palliatas (inspiradas en las griegas), pero también togatas (sobre los romanos y sus costumbres). Sus personajes eran arquetípicos y muy parecidos a los griegos: soldados fanfarrones, esclavos astutos, viejos verdes, etc. Algunas de sus obras, como Aulularia (la Comedia de la Olla) o Anfitrión, se convirtieron en ejemplo a seguir para el teatro barroco, como el de Shakespeare o Molière, quienes recurrieron a sus personajes y sus recursos dramáticos, como la anagnórisis. Terencio (de origen esclavo y más joven que Plauto, aunque fue contemporáneo suyo) también escribió algunas comedias adaptadas de las griegas, pero al contrario que Plauto, prefería no romanizarlas. También, como Plauto, incluía música y canciones en sus obras, lo que las hacía amenas y divertidas, como en el caso de La suegra o de El eunuco.
Entre los mejores autores de tragedias encontramos al hispano Séneca –era de origen cordobés-, autor de Las
Troyanas o de Fedra. Séneca fue, además, un literato excepcional y reputado filósofo de la corriente estoica, muy
respetado durante la Edad Media y el Renacimiento. Aunque no escribió ninguna obra en la que expusiera
sistemáticamente su filosofía, esta se desgrana a lo largo de sus obras, tanto sus tragedias como diálogos y cartas.
Es famoso, además, por su trágico suicidio ordenado por el emperador Nerón en el año 65.
La literatura romana forma un cuerpo amplio y extenso en el tiempo.
Hay que destacar entre los géneros el de la
historiografía, ya que de historiadores como Tito Livio, Suetonio o Tácito, cuyo estilo estaba muy influido por los
griegos, como Herodoto o Polibio. Incluso Julio César escribió una importante obra de carácter historiográfico: La
guerra de las Galias.
En poesía destacan Ovidio autor de El arte de amar y de Las Metamorfosis, un compendio de las creencias y los mitos
latinos, o Virgilio, autor de la monumental Eneida, obra cumbre de las letras latinas, que narra la historia del héroe
troyano Eneas y la fundación mítica de Roma como heredera de Troya. El poeta Horacio fue el autor del célebre
aforismo “Carpe diem” (disfruta el momento).
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